martes, agosto 14, 2007

el secreto es el equilibrio



Recuerdo a la Marvel

Insistiendo en mi intención de escribir cuentos,por ahora,sólo puedo narrar lo que me ha pasado.Carezco de esa mágica capacidad para inventar.Y como la mitad de mi vida la he pasado en Hospitales,este tema es recurrente.
Pero vale igual,así ustedes,mis amigos,pueden vislumbrar un poquitito la carga que guarda un corazón de médico.
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Había sido muy larga aquella guardia.
De hecho,aún no había terminado.
Todo por hacer,en Sector 7; un cuerpo joven que no había dormido, células llenas de café de filtro.
Ojeras hasta el piso.
Pero recuerdo que entonces,por aquellos días,nada apaciguaba mi juvenil entusiasmo.
Nada hacía de dique al bullir de mi sangre curiosa, impetuoso torrente que movía los músculos y activaba la mente.
Caminé con mi bolso hacia las duchas.
Mi bolso,el de ese entonces,merece un apartado.
Tanto que formó parte de mí por tantos años,tanto que hoy
-aún hoy-, tengo y padezco un hombro doloroso,que protesta
- y mucho-, por extrañar su peso.
Cargaba en él pijamas de cirugía, la ropa de recambio, los frascos que otra gente guardaría en el baño, y libros, libros, libros que ocupaban lugar, contradiciendo el addagio.
Nelson( dos tomos),Harriet Lane,Terapéutica Pediátrica y , cambiando en la semana, la carpeta de abstracts.
Pesaba.
Pero me servía de casa transhumante, yo, por aquel entonces, caracol irredento,y el bolso el arma conque me re-armaba el cuerpo.
Ducha-ropa limpia-café fuerte.
Luego el repaso que aclarara dudas; en esto mío,necesario siempre.
Después de ese catch-up , que no suplía el cielo de una cama con almohada,me moví nuevamente por obra y gracia de aquellos años nuevos,sintiendome casi feliz.
Y me esperaba Heras.
El Sector 7 y su Jefe,terror de Residentes.
Planígafo y 27 carpetas de indicaciones,veinte renglones en bolígrafo negro, de dosis calculadas, miligramos kilo peso día;que él revisaría una por una y seguro, seguro, a pesar de mi celo, hallaría la falta que justificara la frase, su eterna muletilla, que en mil medias-verónicas me marcó para siempre:
"Cuatro ojos ven mejor que dos , y a no dudarlo"
Llegué así,y recuerdo efervescente mi optimismo,a ese nuevo día de trabajo.
Por supuesto que de esto surge claro que al terminar la guardia no nos íbamos a dormir a casa; seguíamos en el sector que nos tocara hasta las 6 de la tarde.
Entonces ocurrió.
La ví en la puerta,y le regalé un ¡Buen día! como expresión de deseos. Todos los del 7 lo necesitaban tanto!!!
Nunca llegó la réplica.
De su alma paquidérmica surgió,bien desde adentro,la negra frase aquella que hizo huir ,tremolando ,a las palomas.
-Murió su Zúperman,Doc!!
Sonó a pistoletazo.
Hay,en esto mío,una ruta de caminos laberínticos.
Al perderse la gente, al extraviar señales, los sitios del dolor se pueblan con los monstruos.
Entonces,l0s pasillos de nuestros hospitales son como el tren fantasma. Están llenos de muertos.
No son los de la morgue.
Pero sigo la historia.
Tambaleé con el golpe.
No por aquella noticia presentida, sino por no entender cómo alguien puede sonreír para dártela,cómo puede una frase amputarte una flor sin anestesia.
Y caminé, no sé cómo, buscando al zuper-héroe.
Luego de verlo,ángel de cera tibia,recibiendo en su frente, por fin en paz,mi beso hecho de llanto,descargué con mis gritos un poco del dolor contra los muros de la obra en construcción de la terapia.
Mas ese día, el día de la pérdida, de la primera y atroz que golpeara mis espaldas de médico, conocí mucho mejor el alma humana, y me enfrenté a los huecos de la mía propia; pero no la dejé ( ni dejo ahora) que se escudara en nauseabundas defensas de cobarde.
Ese día, el día de la pérdida, volví al 7 con Heras, a seguir en la lucha; esa lucha que entonces,a pesar de mi arresto, se quedó si los pájaros.
Sin embargo, volvieron a cubrir mis espaldas, y a poner su aleteo y su almohada de pluma como yelmo en el blanco,el que aún visto a diario para andar los pasillos.
Mi espalda está cansada.
Pero mi alma está expuesta.
No la he cubierto nunca con nada paquidérmico.
Y tiene mil ventanas abiertas a la risa
al llanto de la vida
al rastro de la muerte
y a otras tantas huellas que ,cotidianamente,habitan los rincones de nuestros hospitales.
Y aquel día difícil,el día de la pérdida, el día en que con gritos humanicé mi ciencia, aseguré mis manos; las que, por veinte años, suturaron, seguras, con hilos de certezas, las capas diminutas de tantos zúper -héroes.